miércoles, 24 de octubre de 2012

Tarde

Estoy sentado en la terraza de este café junto al mar, mientras el sol pone su chiringuito repartiendo morriñas y sueños. La ciudad gira y se enreda en su ciclo vespertino: el de las manos enredadas, las calzonas y las bicis, los niños que vienen y van. Y también otras rutinas más esporádicas: diálogos extranjeros de dos en dos seguramente camino a la gran ciudad móvil bajo el agua.

Yo también giro... la cucharilla del café.

Dentro, el Café no podría ser más canalla: Calamaro proclamando su locura, el blanco sucio de las paredes pidiendo a gritos graffitis de urinario. Y los consigue en el rojo, rojo canalla de los dibujos, y el negro, negro provocador de las palabras, los diálogos. Negra la tinta en la pared, negro el cante de un flamenco. Rojo y negro de mi acompañante.

Que no, que yo no quiero dinero, no, no, cariño es lo que yo quiero, no, no.

Cariño es lo que quiere, me figuro, ella, la del pantalón amarillo. Rosi, le pega de nombre. Seguramente va por el tercer o el cuarto cigarrillo. Lo supongo, no puedo oírla, sólo a Calamaro. Mi café está ya frío. Pasa un autobús con sueños y esperanzas, algún "qué voy a hacer de comer esta noche", qué voy a hacer yo a partir de ahora. Calamaro enfila los soldaditos del ejército del amor. Las gaviotas se suspenden en el cielo y en el mar. Otro autobús.

Nuestros silencios y miradas.

¿Qué pasa por nuestras cabezas? El ciclo de la tarde, digo yo, o espero. Y gira, y gira y gira... El sol cierra nuestro chiringuito de silencios.

— ¿Nos vamos?

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